¿Quién puede decir “Jesús es el Señor”? La revelación de 1 Corintios 12:3

¿Quién puede decir “Jesús es el Señor”? La revelación de 1 Corintios 12:3


El poder detrás de la confesión: “Jesús es el Señor”

Cuando escuchamos a alguien decir “Jesús es el Señor”, puede parecer una frase común en círculos cristianos. Pero, según 1 Corintios 12:3, esta declaración es mucho más profunda de lo que aparenta. El apóstol Pablo escribe:

“Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.”

Aquí se nos revela una verdad espiritual transformadora: reconocer a Jesús como Señor no es simplemente un acto intelectual o cultural, sino una revelación que viene directamente del Espíritu Santo.


Más que palabras: Una confesión espiritual

Muchas personas pueden decir que creen en Jesús, que lo admiran como maestro o figura histórica. Pero declarar que Jesús es el Señor implica reconocer su divinidad, su autoridad suprema y su lugar central en nuestras vidas. Y, como nos enseña Pablo, eso no es posible sin la intervención del Espíritu Santo.

Esto nos lleva a una conclusión clara: nuestra fe cristiana no depende del conocimiento humano ni de la tradición religiosa, sino de una experiencia personal con Dios a través del Espíritu. Es el Espíritu Santo quien nos guía, nos convence y nos da la capacidad de ver a Jesús como verdaderamente es.


¿Por qué no todos lo reconocen como Señor?

Esta pregunta puede surgir con facilidad: si Jesús es el Salvador del mundo, ¿por qué no todos lo confiesan como tal?

La respuesta está en el corazón humano. Sin la obra del Espíritu Santo, nuestros ojos espirituales están cegados. Podemos ver a Jesús como un personaje admirable, pero no como el Señor resucitado que tiene autoridad sobre todo. Solo el Espíritu puede romper esa ceguera y revelar la gloria de Cristo.

Esto nos recuerda que la conversión no es obra nuestra, sino obra de Dios. Por eso, no debemos gloriarnos de nuestra fe como si la hubiésemos descubierto por mérito propio. Es gracia pura. Un regalo divino.

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La transformación que sigue a la revelación

Cuando el Espíritu Santo nos permite declarar a Jesús como Señor, nuestra vida cambia radicalmente. No se trata solo de palabras, sino de un nuevo estilo de vida.

  • Dejamos de vivir para nosotros mismos, y comenzamos a vivir para Él.
  • Cambia nuestra manera de pensar, de actuar y de amar.
  • Comenzamos a rendir cada área de nuestra vida a su señorío: nuestras decisiones, relaciones, metas y prioridades.

Este señorío de Jesús se vuelve el eje de todo lo que somos y hacemos. Ya no somos nuestros, somos suyos.


No se trata de esfuerzo, sino de rendición

Es fácil caer en la trampa de creer que “si me esfuerzo más”, podré tener una fe más firme o declarar a Jesús con más convicción. Pero este versículo nos recuerda que no se trata de esfuerzo humano, sino de rendición espiritual.

El Espíritu Santo no responde a nuestro rendimiento, sino a nuestra apertura. Es cuando nos rendimos, cuando reconocemos que necesitamos ayuda divina, que el Espíritu puede obrar con libertad en nosotros.


¿Cómo permitir al Espíritu Santo obrar en mi vida?

Aquí hay algunas acciones concretas para abrir el corazón a la revelación del Espíritu:

  1. Orar sinceramente pidiendo al Espíritu Santo que te muestre quién es Jesús realmente.
  2. Leer la Palabra con humildad, permitiendo que Dios te hable a través de ella.
  3. Rodearte de comunidad que vive bajo el señorío de Cristo, para aprender y crecer junto a otros.
  4. Practicar la obediencia en lo pequeño, reconociendo que Jesús es Señor también en lo cotidiano.

Reflexión final: ¿Quién es Jesús para ti?

Este versículo nos invita a examinarnos con honestidad. ¿Es Jesús verdaderamente el Señor de tu vida? ¿O solo alguien en quien crees de forma superficial?

Solo el Espíritu Santo puede ayudarte a responder esa pregunta con autenticidad. Por eso, hoy te invito a abrir tu corazón y decirle: “Espíritu Santo, revélame a Jesús. Quiero conocerlo, no solo con mi mente, sino con todo mi ser.”

Recuerda: Cristo te ama profundamente y desea tener una relación real y personal contigo. No te conformes con conocerlo de oídas. Permite que el Espíritu te lleve a una confesión genuina: ¡Jesús es el Señor!

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